Roberto González Vera ha desarrollado toda su carrera profesional como tripulante de vuelo en la compañía de aviación “Iberia Aerolíneas”. Es un gran aficionado al arte, y al vino, al que damos la bienvenida como invitado al blog de Bodegas Marisol Rubio.
A lo largo de la historia las representaciones, tanto en pintura como en escultura, de personajes disfrutando de los vapores del dios Baco son extensas. Aprovechando la invitación a escribir en el blog de Bodegas Marisol Rubio me gustaría comentar dos cuadros que se encuentran en el Museo del Prado. Esta magna institución cumple su doscientos aniversario el 19 de Noviembre de 2019. Como el buen vino, se ha convertido en una valiosa joya a la que el tiempo ha dotado de un bouquet apreciado, anualmente, por cerca de cuatro millones de personas, las cuales “catan” su añejo aroma, salen extasiadas del mismo y desean repetir cuanto antes.
De la gran cantidad de alusiones que al divino líquido se hace, en muchos de los cuadros de “El Prado”, he escogido dos, alrededor de cuyo eje, los pintores desarrollan la escena sin disimular la afición, entusiasmo y “alegría” por el vino, objeto del deseo de los personajes.
“El vino de la fiesta de San Martín” de Peter Bruegel el Viejo.
Esta sarga fue adquirida por el Museo, y comprada al Duque de Medinaceli, en 2010. Dado su precario estado de conservación fue objeto de una gran restauración posterior.
El tema de la obra gira en torno a la festividad de San Martín de Tours, el 11 de Noviembre. El Santo ofrece su capa a unos mendigos, véase la escena a la derecha, a requerimiento de alguna caridad por parte de éstos. Sin embargo, el núcleo de la obra se concentra en una pirámide de personajes de origen muy humilde que se lanzan sin piedad sobre un barril de vino que se les ofrece de dicha festividad.
La escena nos ilustra sobre las condiciones de las clases más precarias de la población, en la época de la Baja Edad Media. La esperanza de superviviencia no solía exceder los 25 años, las condiciones de salubridad, el acceso a los bienes materiales, así como la inseguridad de los caminos, propiciaban una alta mortandad y una calidad de vida, según los estándares actuales, muy baja. De ahí, que el uso y abuso, de los “embriagantes“ y otros psicotrópicos naturales fuera habitual. El vino, la mandrágora y el cornezuelo, que abundaba en el pan de centeno fermentado, de consecuencias psicotrópicas en un principio, y más peligrosas si se repetía la ingesta, ayudaban a “sobrellevar” el infame destino de las vidas de casi el 80% de la población, en su mayoría campesinos y habitantes de las ciudades.
Es por todo lo anterior por lo que podemos entender el amasijo de cuerpos que el Maestro Bruegel recrea con su pincel alrededor del tonel. La realidad de las consecuencias de tal borrachera de las masas se puede apreciar en aquellos personajes que se dejan caer al suelo, peleándose entre ellos en algunos casos e, incluso, como las madres dan a los niños vino en la creencia de que éstos estarían más calmados y mejor alimentados. En definitiva, es el dios Baco, más que San Martín, el que realmente alivia las penas de los pobres haciendo más llevadera su pesada carga vital.
“El triunfo de Baco” de Diego Rodríguez Silva y Velázquez
Pintado alrededor del año 1629, “Los Borrachos”, como se lo conoce habitualmente, inaugura una etapa de cuadros de corte mitológico. Los personajes, extraídos del pueblo llano, crean un contraste de resultados extraordinarios entre la figura, iluminada para resaltar su posición principal y central, del joven que representa al dios Baco y los alegres y chisposos personajes que son agasajados con los laureles y efluvios del jarabe del dios de “las alegrías y los efluvios sacros”.
Velázquez confirma, con esta obra, su ingreso en la Academia de los artistas de temática completa. Si antes se centraba en lo religioso, con técnica admirable, ahora lo hace con temática mitológica (hilanderas) y cotidianidad del pueblo (anciana friendo huevos) revalidando esa maestría que tendrá su culmen en “Las Meninas”.
En esta pintura hay que resaltar el cuenco de cerámica. El reflejo de esta vasija hace que el vino parezca sumamente real en su transición de rojo más suave a rojo más intenso, según está más cerca del contorno del recipiente. Es tan tentador que dan ganas de encaramarse y bebérselo. Todo en el cuadro nos incita a unirnos a los personajes que, dionisiacamente, disfrutan de los vapores de una forma más contenida y controlada que la pintura de Bruegel. Velázquez alegra pero no aloca, de forma que el dios Baco puede efectuar la ceremonia del tesoro líquido de modo sagrado y divertido.
Animo a todo buen aficionado a la cata y disfrute del vino a brindar con el exquisito y muy cuidado, en su elaboración, vino de las bodegas Marisol Rubio. A que alcen su copa por el aniversario de una institución, internacionalmente reconocida, como es el Museo del Prado. Esa “Roca de España”, como la definió el intelectual Ramón Gaya, marida perfectamente con la finura y la elegancia del vino CIMA, de cata y aroma extraordinarios, casi míticos como los personajes del cuadro de Velázquez.
Quisiera hacer, como conclusión, un reconocimiento a la labor de la familia propietaria de la bodega y a la distinción y afecto que han mostrado al dar el nombre de una mujer excepcional. A esa joya de la tradición española que es la marca Marisol Rubio.
Roberto González