Antolín Romero

Marisol Rubio, el aceite de mi recuerdo

Antolín Romero es periodista y presentador de televisión, cada mañana pone cara al programa de TVE2 “Aquí hay trabajo”. Es todo un honor ser la firma invitada de marzo al blog de bodegas Marisol Rubio. Con su elegante escritura nos hace un recorrido por su infancia donde el olivar tiene una gran importancia.

Marisol Rubio, el aceite de oliva virgen de mi recuerdo

     La boca es una puerta. Y no solo un lugar por donde camina el pan o fluye el vino o vuela el aire o sale tu voz o entra un beso. La boca hoy me dio la mano y me llevó de paseo, a mis seis o siete años, por mi pueblo.

     Digo yo que sería mayo, pero hace tanto… El Sol lo llenaba todo con una luz amarillenta y me dejó, de esa tarde, un recuerdo dorado.

     Las calles eran las de Bailén, mi pueblo. Yo las veía desde arriba porque iba montado en la “borriquilla” de mi chacho Julio -así la llamaba él siempre: “borriquilla”-. Mi chacho era ya muy viejo entonces y murió de viejo muchos años después. Llevaba las riendas del animal suavemente, con sus manos endurecidas, mientras caminaba con la parsimonia del que no sabe lo que es la prisa. Y así le seguía su bestia. Mi chacho Julio no tuvo esposa, no tuvo hijos, no tuvo jefe, no tuvo trabajadores… Solo tuvo un “pedacico” de tierra con olivos a los que, casi sin ayuda, fue sacando el fruto que le daba para vivir con sobriedad, gastando poco y ahorrando nada.

     Las calles de casas bajas y poca gente me llevaban a la almazara donde convertían sus aceitunas en aceite. En aquel entonces, además del dinero que te correspondía, te daban una cantidad de aceite acorde a los kilos que aportabas y el rendimiento que tenía el fruto.

     La borriquilla cruzó la puerta de la almazara con un niño feliz sobre sus lomos, entró en una gran nave y, como si supiera el camino de memoria, se paró junto a un gran tubo que salía de un cilindro enorme, que llegaba hasta el techo. Mi chacho Julio me ayudó a bajar mientras un hombre con mono azul se acercaba y le saludaba diciéndole no sé qué de los rendimientos de ese año. Yo me quedé mirando hacia arriba, impresionado del gigante plateado y brillante, como de papel Albal. No podía imaginar lo que era aquello, hasta que mi chacho Julio bajó del capazo un garrafón de plástico que ponía “25 L”, lo puso bajo el tubo y lo abrió. ¡Era un grifo de aceite! El color verde brillaba arrastrando un aroma profundo a aceituna, a almendra de manzano, a abrazo en la hierba, a alegría verde… Sonaba suave y grave cuando entraba en la garrafa y se iba tornando más agudo conforme se llenaba el gran recipiente. No pude reprimir el deseo de acercar mi dedo a la corriente verde. Mi chacho Julio dijo “nooo” y yo lo retiré. Pero aproveché un instante en el que miró al señor del mono para meter el dedo a toda velocidad.

     El hombre ayudó a mi chacho a subir la garrafa a uno de los senos del capazo. En el otro me pusieron a mí. Y de allí me sacó la borriquilla: asombrado, feliz, con el aceite en la nariz, en los ojos y en el dedo, y con este recuerdo que ya casi tenía olvidado.

     Esta mañana el recuerdo volvió cuando probé el aceite de mi amiga Piedad, al que tan acertadamente han bautizado como Marisol Rubio. Lo dejé caer en un poco de pan blanco y le dejé pasar por mi puerta… Fue como cuando me metí el dedo en la boca sin que nadie me viera. Muchos son los aceites que he probado a lo largo de mi existencia sin embargo es con los dedos de una mano con los que puedo contar aquellos que me han sorprendido por su exquisitez, elegancia, sabor… aquellos que no dejan indiferente y entre los elegidos está el de bodegas Marisol Rubio, un maravilloso coupage de Cornicabra, Picual y Arbequina que me devolvió a la gloria, con su fresco olor a tomate y a alcachofa, con su fluidez en garganta y su intensidad de frutado… un aceite de oliva virgen extra puro, auténtico, como no podía ser menos viniendo de bodegas Marisol Rubio.

 

Antolín Romero

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